Por un frente unido contra la estupidez
Por Eduardo Basz
La magnitud de la debacle argentina, el tono y el nivel del debate público, la degradación de las expectativas sociales e individuales, la escasez de opciones y la enorme dificultad para imaginar un futuro diferente llevan a poner en duda uno de los núcleos más duros del sentido común. Esto es: que los líderes son más inteligentes que los ciudadanos. Aunque Gandhi nos advertía que "los dirigentes son la versión aumentada de nosotros mismos", la palabra clave es ésa: aumentada. Claro está que no es una exclusividad nacional. Basta mencionar a los principales jefes de Estado del Primer Mundo, del Tercero o del Cuarto para constatar que el destino de la humanidad no está, precisamente, en manos de mentes brillantes. No es casualidad que se extrañe tanto a figuras como Kennedy, De Gaulle, Nehru, Brandt.
Una cosa que no suelen tener en cuenta los historiadores es el peso tremendo de la pura y simple tontería humana. La capacidad de provocar estragos catastróficos de la que están dotados algunos imbéciles que ocupan posiciones muy altas de responsabilidad en la política, la economía o la guerra. Se trata de una idea difícil de aceptar porque es aterradora: preferimos creer que los autores de los grandes desastres actúan empujados por un cálculo inteligente malvado, ya que eso nos deja pensar que en el fondo de todo hay un propósito coherente, una decisión premeditada y de algún modo invencible. Nos tranquiliza creer que quienes están muy por encima de nosotros, quienes tienen en sus manos el porvenir de nuestras vidas, están dotados (lo mismo para el bien que para el mal) de atributos intelectuales superiores. Nada más alejado de la realidad: los príncipes de este mundo pueden ser más tontos que nosotros, están en condiciones de cometer los disparates más dañinos, no por maldad sino por estupidez, con la conciencia imperturbable de estar haciendo lo pertinente. ¿La peor de las combinaciones posibles?: cuando se juntan los tontos con los malvados.
Nadie se escandaliza si escucha hablar de la psicopatología en el arte. Después de todo, la amputación de Van Gogh, las excentricidades de Bob Dylan, las chifladuras de Marlon Brando no afectan nuestra existencia y hasta nos resultan graciosas. No pasa lo mismo cuando empezamos a sospechar que hay presidentes, ministros, generales y funcionarios del Fondo Monetario que tienen alguna de esas características. Si supiéramos cómo es que se toman las decisiones en el palacio, perderíamos el sueño de una vez y para siempre. Un canciller de Suecia, después de haber vivido la Guerra de los Treinta Años, dijo que "este mundo está gobernado con muy poco juicio" .
Existen tres criterios para definir como necedad un episodio:
• Aun considerando las circunstancias del momento, esa opción había sido considerada inoperante por sus contemporáneos.
• Frente a una opción tonta, había otra relativamente inteligente.
• Es una agravante que esa acción estúpida haya sido cometida por una entidad o en nombre de un principio abstracto.
El historiador Carlo Cipolla escribió "Las leyes fundamentales de la estupidez humana". Mencionar algunos tópicos servirá para revelar la dimensión del problema.
• "Las personas no estúpidas subestiman siempre el potencial nocivo de los estúpidos. Los no estúpidos olvidan constantemente que tratar y/o asociarse con estúpidos se manifiesta ineludiblemente co-mo un error costosísimo".
• "El estúpido es el tipo de persona más peligroso que existe. El estúpido es más peligroso que el malvado".
Para el buen estúpido, las elecciones son la ocasión perfecta para hacer daño a los demás, sin beneficiarse en nada. Al contrario, incluso perjudicándose, el tonto full time prefiere votar candidatos estúpidos o francamente malvados antes que inteligentes e innovadores. Le interesa mantener el estándar de bobería con que suelen manejarse las cosas y con el que está bastante cómodo. Todo esto lo hará alegremente, sin malicia ni remordimiento, ni siquiera para obtener alguna ganancia. Estúpidamente gratis.
En una época como la nuestra no estaría mal ir pensando en algo así como un "Frente Unido" contra la estupidez. Al igual que los antiguos frentes antifascistas, la intención es ser lo más inclusivo posible. Pero (debemos reconocerlo) su conformación enfrenta algunos problemitas. Los fascistas estaban orgullosos de serlo; en cambio el estúpido ni siquiera sabe que lo es.
ayresdejazz@gmail.com
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