La incredulidad acorralada

Por Eduardo Basz


La proliferación de la new age, el retorno de las viejas religiones, la multiplicación de las sectas, el auge de la magia, el prestigio recuperado de la astrología y por encima de todo la carcajada de Dios.
Tal ve, los sobrevivientes de los movimientos agnósticos de la época terminen levantando templos para glorificar el verbo de los padres fundadores. Que la incredulidad haya caído en un desprestigio tan hondo no es tanto una obra de sus detractores como de sus propios predicadores. Aun cuando ateos existieron siempre, el ateísmo duro y militante parece ser una de esas raras virtudes de nuestro tiempo. Uno tiene la impresión de que hicieron todo tipo de esfuerzos para hacer realidad la visión sombría del propio Diderot. Esto es: “ terminar siendo una superstición tan pueril como la otra”.
Sólo debemos recordar los escándalos generados por la proyección de “La última tentación de Cristo”, una obra respetuosa hecha desde el interior del cristianismo, para imaginar lo que ocurriría con películas o programas televisivos donde se haga un elogio de la incredulidad.
Por ser ambigua y paradojal , la incredulidad no le conviene a todos. Raymond Aron dijo: “No hay razón alguna para que el mundo sea justo. Hubo momentos en los que sentía la tentación de pensar que un Dios verdadero estaría por encima de nuestras pequeñas miserias. No estoy seguro de pensarlo ahora. Un día, con Karl Jaspers, nos preguntamos si Spinoza era el ateo supremo o el creyente supremo”.
Tal como lo hicieron contra Kapila y Epicúreo, las ortodoxias de diferentes paisajes y siglos, combatieron un movimiento cultural obsesionado con el más aca.